que joya…

La República de la Boca<?XML:NAMESPACE PREFIX = O />

Enrique Cadícamo en su poema a las calles Suárez y Necochea

describe como nadie esa mítica esquina boquense y sus

alrededores, por eso, más que oportuno resulta transcribir

esos versos antes de adentrarnos al registro pormenorizado

de los cafetines del barrio:

Nombre de dos soldados de nuestra Independencia
Suárez y Necochea, lleva esta esquina brava
que hace setenta años fue oscura residencia
de tangos, cafetines, malevos y garabas.

Bulliciosos, alegres cafés de camareras
animaban las noches del reducto boquense;
marineros, borrachos, matones y taqueras,
lámina colorida de un faubourg montmartrense.

Nombremos dos o tres, bien vale la reseña:
El Royal, La Marina o aquel otro famoso:
el café de Mecha la Popular … Su dueña
era una bella joven de senos impetuosos.

En el Royal, Canaro había formado un trío
con Loduca y Castriota, y en el café de enfrente
los dos hermanos Greco en franco desafío
con el torneo de tangos caldeaban el ambiente.

A la vuelta, por Suárez, el café La Marina
tenía a Roberto Firpo, y volcando hacia el muelle
por la de Necochea: dos bares en la esquina
con el Tano Genaro y el alemán del fueye.

Puede decirse entonces que el imperio del tango
fue la Boca, en las calles Suárez y Necochea,
ochava de arrabal de indiscutible rango,
nacida bajo el signo de la semicorchea.

Llegaban de otros barrios visitas importunas:
de Villa Crespo El Títere, guapo de corralones;
del Mercado de Abasto, Cielito, El Noy, Osuna,
y desde La Ensenada caía El Tano Barone.

Aquella Réverie de taitas y pesados
también tenía turistas de fama indiscutida,
malevos temerarios que habían bautizado
Tierra del Fuego al barrio de Charcas y Laprida.

Venían atraídos por el tango y las locas
de los peringundines y a provocar, de paso,
pero estaba de guardia Cafieri el de la Boca,
que los desparramaba con un par de planazos

Pero dejemos esto y volvamos,
que espera en el café del Griego Canaro con su trío;
ahí fue donde compuso su página primera:
La barra fuerte, un tango retozón y bravío.

Rebotaban las notas de El choclo y La metralla
en la atmósfera del café de camareras,
El Cornpinche y La Chola se pasaban de raya
y El Llorón lucía su estampa arrabalera.

Y cómo se agrandaba el trío cuando hacía
el tango El fogonazo con todo su canyengue,
La cara de la luna o La morocha, hervía
aquella concurrencia de Maxera y de lengue.

A ese ruidoso palco subió una noche Arolas
para hacerle escuchar a Canaro, su amigo,
su tango primigenio y tomando el bandola
de Loduca tocó y ellos fueron testigos.

Lo ejecutó impecable, con gracia y de memoria,
a pesar de orejero tenía buen manejo;
era una melodía inédita, sin gloria,
que el tiempo se encargó de proyectarla lejos.

Se llamaba Una noche de garufa y Canaro,
según supo contarnos, se la escribió al boleo;
muchos años después, aunque parezca raro
Arolas comenzó a estudiar el solfeo.

Para todos los tríos lejanos del pasado,
testimonio de ayer, este poema sea
una placa de bronce con sus nombres grabados
colocada en tu esquina: Suárez y Necochea

sacada del blog y agradecido por esta joya…

detangosycafes.blogspot.com

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